Me
encontraba en la muy productiva tarea de revisión de Facebook del domingo por la mañana cuando llamó mi atención una noticia
compartida repetitivamente sobre un piloto de pruebas que estaba empeñado en
ganarle al sonido, es decir moverse al menos a 343m/s, o lo que es lo mismo,
1235km/h. Así me enteré sobre Felix Baumgartner, quien el pasado 14 de octubre, hizo el salto más
alto que haya realizado un hombre jamás. En una cápsula impulsada por un globo
lleno de helio subió casi 40 km sobre
la superficie terrestre y como quien baja una grada se lanzó hacia la tierra.
Resulta
impresionante la resolución de Felix, el panorama que tenía frente a sus ojos
era abrumador, podía cubrir en una mirada los confines nuestro planeta. Cuando me atreví a llegar al borde del trampolín de una piscina
de clavados pasé por la pena de pedir permiso para volver por la escalera, el
vértigo me dominó por completo para una caída de unos cuantos metros, yo sé que
no soy un ejemplo de intrepidez pero hasta los más temerarios coinciden en que
el salto de Felix fue, como hubiera dicho mi abuelita, una “valientada”.
Felix
logró ser el primer hombre en superar la velocidad del sonido sin ayuda motores
y para alcanzarlo traspasó algunos otros límites como el del salto más alto
hecho por un humano. Subir hasta esa altura no fue parte accesoria del acto,
era fundamental para alcanzar el objetivo.
La
caída libre que nos enseñan en el colegio, en la que un cuerpo se mueve con una
aceleración constante de 9,78 m/s2, es en realidad correcta cuando
el cuerpo cae cerca de la superficie terrestre y la única fuerza que actúa
sobre él es la de gravedad. La Tierra está rodeada por una mezcla de gases
(oxígeno y nitrógeno principalmente) que conforman la atmósfera. Rigurosamente
en una caída se debe tomar en cuenta,
además de la fuerza de gravedad, la fuerza de rozamiento que estos gases oponen
al paso del cuerpo.
Esta
resistencia al movimiento depende de varias cosas: la forma del objeto, su
velocidad (como bien lo saben los que andan en bici o en moto) y de las
propiedades del aire tales como su densidad y viscosidad. Piensen en este
ejemplo: con dos hojas de papel, de la misma resma para que sean prácticamente
iguales, haga un puño una de ellas hasta que sea una bola bien compacta, la
otra déjela como salió del paquete. Ahora tómelas una en cada mano y con los
dos brazos puestos a la misma altura deje las hojas caer. La que se hizo un
puño llega primero al suelo, después de seguir una trayectoria recta, la hoja
extendida tarda un poco más en llegar y “baila” durante su lenta caída. Ambas
hojas tienen la misma masa, recorren la misma distancia e inician la caída con
la misma velocidad, la única diferencia está en su forma, el aire opone muy
poca resistencia al paso de la hoja que se hizo un puño, por lo que en muy
buena aproximación podemos decir que la única fuerza que actúa sobre ella es la
de gravedad, en cambio, opone mucha resistencia al paso de la hoja extendida así
que, para hacer cálculos sobre su velocidad de caída, no podemos obviar el
efecto de la fuerza de rozamiento debido al
aire que lo rodea.
El
caso de la caída kilométrica de Felix es uno de esos en que no se puede
despreciar la resistencia de la atmósfera al movimiento. La fuerza de
rozamiento del aire aumenta proporcionalmente con la velocidad del cuerpo
que lo atraviesa, esta hace que después de transcurrido un tiempo esta fuerza tenga
el mismo valor que el peso. La segunda Ley de Newton dice que la fuerza total
que actúa sobre un cuerpo es igual a la multiplicación de su masa y su
aceleración Ftotal=ma (¡Lo siento! ¡Me ganó la tentación de poner
una ecuación! ¡No me odien!... Ni dejen de leer acá, intentaré hacer que valga
la pena). La fuerza de rozamiento del aire llega a tener el mismo valor del
peso, pero actúa en dirección opuesta, por lo que la fuerza total se anula, es
decir, el producto de la masa por la aceleración es cero. Dado que el cuerpo
que cae tiene masa, necesariamente su aceleración es cero. La aceleración es un
cambio de la velocidad a través del tiempo, si es nula significa que la
velocidad se mantiene constante en un valor que suele llamarse velocidad
terminal de la
caída.
La atmósfera terrestre no es homogénea, se
divide en diferentes capas que se van
haciendo menos densas al alejarse de la superficie terrestre. La capa más baja, la tropósfera,
tiene unos 18 km de altura, al ser la más densa no es posible alcanzar la
velocidad del sonido pues la velocidad terminal de una persona en caída es
mucho menor. Por eso era necesario subir hasta la siguiente capa, la
estratósfera, que por ser menos densa opone menor fuerza de rozamiento. La
medida de los 40 km se basó en la experiencia de Joe Kittinger, el anterior
poseedor del record de la caída más alta, 31 km, salto que hizo en 1960 y en el
que faltó muy poco para alcanzar la velocidad de sonido.
Felix
logró su cometido, en el punto más rápido de su travesía llegó a viajar a 1,24
veces la velocidad del sonido, marca que fue alcanzada aún dentro de la
estratósfera, al seguir bajando y entrar en la tropósfera disminuyó su
velocidad, solo por el hecho de moverse en un una capa de aire más denso. Fue
hasta los últimos 2,5 km de recorrido que abrió el paracaídas cuya forma (al
igual que la hoja de papel extendida) hace que el aire oponga mucha resistencia
a su paso, la velocidad terminal de este último tramo debe ser lo suficientemente
baja como para asegurar un aterrizaje seguro. Desde que se lanzó del globo
aerostático hasta que abrió el paracaídas pasaron 4 minutos y 20 segundos, de
ahí hasta tocar el suelo transcurrieron 4 minutos con 43 segundos.
Este
efecto de la fuerza de rozamiento del aire tiene otra consecuencia fundamental
en la vida sobre la superficie terrestre. Las nubes de lluvia están
aproximadamente a unos 10 km de la superficie terrestre, si las gotas solo se
vieran afectadas por la fuerza de
gravedad al tocar el suelo alcanzarían los 440 m/s (1590
km/h ¡bastante mayor que la velocidad del sonido!). Con esta velocidad las
gotas de lluvia tendrían la energía de una bala y, básicamente, nos
atravesarían sin problema alguno. De no ser por el efecto de la fricción de la
atmósfera las nubes no serían otra cosa que blancas metrallas celestiales de
las que habría que huir en cuanto aparecieran en el cielo. La vida, como la
conocemos, no hubiera sido posible porque establecerse en la superficie
terrestre hubiera sido suicida así que pudiéramos imaginarnos viviendo en
túneles subterráneos como una especie de gente topo que saldría solo cuando no
hubiera amenaza de lluvia.
Dependiendo
de su intensidad la lluvia golpea el suelo con una rapidez que va entre los 8 y
32 km/h, valor que, en el peor de los casos, la hace latosa pero de ninguna
manera representa un peligro. Es claro que la velocidad real de caída de la
lluvia es muchísimo menor que el cálculo hecho en el caso de que el viaje de
las gotas pudiera considerarse como caída libre. En el ejemplo de la caída la
hoja de papel hecha un puño pudimos considerar que la fuerza de rozamiento del
aire era despreciable porque su recorrido es corto, la altura a la que se puede
elevar nuestro brazo pero no es correcto pensar que será así para cualquier
objeto compacto, de hecho, las gotas de lluvia, así de pequeñitas como son, se
ven afectadas por la resistencia al movimiento del aire, para nuestro alivio,
como ya vimos.
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